jueves, 22 de octubre de 2009

“Homo Fidens” - Cómo funcionan las creencias en la sociedad

En el presente informe se abordarán diferentes aportes teóricos acerca de cómo funcionan las creencias en la sociedad. Para ello, se expondrán los pensamientos de Algirdas Julien Greimas en “El contrato de veridicción”, Michael De Certeau en “Creer: una práctica de la diferencia” y Charles Sanders Peirce en “La fijación de la creencia”, en cuyos trabajos se destacan cuestiones como lo verosímil, la creencia, el hacer-creer, el otro, la manipulación del discurso, los métodos, la búsqueda de la verdad, el papel del enunciatario en el contrato de veridicción, entre otras.
Vivir en sociedad implica estar inmerso en determinados hábitos, rituales, rutinas, costumbres, tradiciones. Vivir en sociedad significa vivir con otros, con-vivir. El hombre nace y se impregna del lenguaje, de las costumbres y de las creencias de su cultura inmediata. Se relaciona con los otros: padres, hermanos, abuelos, maestros, amigos. Al relacionarse con los demás, al dialogar, los individuos se influyen mutuamente ideas y opiniones que pueden, o no, modificar sus propias creencias.

La creencia implica una relación con el otro, “debe haber un interlocutor”, dice De Certeau (1992; 56), con el que podamos contar, en quien podamos confiar, o algo en donde depositar nuestra fe. Asimismo, este reconocimiento del otro, creer en el otro, genera en el individuo una espera, se da para recibir algo a cambio, estableciendo en una sociedad una red de derechos y obligaciones. Esta espera o expectación se apoya en la creencia, uno espera algo del otro, se liga al futuro, porque cree. Así, creer, para De Certeau, es una práctica expectante, porque la creencia mueve al individuo a la acción, “hay creencia porque hay práctica” (1992; 54).
Por otra parte, el mismo autor aduce que fuera de los instrumentos contractuales que hacen posible la retribución, el creyente busca un interlocutor en quien fundar la espera, alguien que garantice dicha retribución, y él lo llama “interlocutor indefinido” (1992; 55). Éste es el garante, el otro, que puede ser desde un vecino hasta un líder de partido, tiene diferentes lugares de aplicación y anclaje que varían según los individuos, las colectividades, los períodos o consideraciones socio-económicas (Por ejemplo, en la Edad Media eran las jerarquías, en el capitalismo, la moneda). Uno de los procedimientos para generar creencias que menciona De Certeau es hacer-creer que “muchos lo creen” o promocionando a los conversos, como lo suelen hacer las instituciones religiosas o los partidos políticos (1992; 57).
Además, el autor menciona dos elementos que sirven para sostener y transmitir las creencias, que son diferentes pero inseparables. Uno es lo verosímil, el otro la institución. Ambos elementos legitiman las creencias al situarlas en relación a otro, a una función enunciativa (suspendida, porque no especifica su destinatario) y a una fidelidad supuesta (sostén, garantía). “Lo verosímil es el discurso del otro”, uno otro “neutro”, porque es un sujeto indeterminado, y que legitima credibilidad (1992; 59).
Por su parte, la institución selecciona, refina, los enunciados “y les da la forma de una doctrina expresada en artículos más o menos coherentes y los organiza en prácticas u operaciones que ella controla”. La institución “se convierte en garantía del creer, y lo utiliza con fines sociales”, responde por las creencias, evita que se desvanezcan “en el anonimato de su condición de posibilidad”. Explota el anonimato “se dice” para convertirlo en “nosotros creemos” (De Certeau, 1992; 61-62)

Por otra parte, Greimas, define en primera instancia a lo verosímil como aquella “referencia evaluante que el discurso proyecta fuera de sí mismo, que enfoca una cierta realidad” o una concepción de ella (1989; 119). Menciona, además, que está sometido a un relativismo cultural, es decir, que lo verosímil es un producto cultural de una determinada sociedad, por lo tanto, su definición dependerá del contexto social. A su vez, el criterio de verosimilitud, en un contexto determinado, se aplica a ciertas clases de discursos. No es aplicable a los discursos abstractos ni normativos, pero, sí a los discursos figurativos, descriptivos y a todo discurso narrativo (más allá del límite de lo literario) (1992; 120). Este autor enseña que en el discurso se leen la mentira y el secreto, la verdad y la falsedad, y son los dos actantes de la estructura de la comunicación, enunciador y enunciatario, quienes realizan un contrato de veridicción. Esto es, el enunciador y el enunciatario fijan una forma de equilibrio que procede de un “acuerdo implícito” entre ellos (1992; 122).
Greimas afirma que “no son los discursos (religiosos o literarios) los que se definen por sus contextos culturales, sino que por el contrario, son los contextos culturales (es decir, las culturas) los que se definen mediante interpretaciones connotativas de los discursos” (1992; 124). Con esto, explica por qué los discursos son interpretados de determinada manera en cierto contexto cultural, algunas veces tomados como verdaderos, verosímiles otras veces tomados como ficticios. Todo dependerá del contexto cultural, es la conjetura que nos deja Greimas. Asimismo, la multiplicidad de discursos que encontramos en una sociedad compleja, heterogénea, “se interpenetran y se entremezclan, cada uno dotado de su propia veridicción”, lo que nos ubica en una “era de incredulidad” (1992; 126). Así, Greimas propone que el sujeto de la enunciación no trate de producir un discurso verdadero en un contexto cultural actual, sino que produzca el efecto de sentido de verdad, o bien un efecto de ficción (1992; 127). Esto desemboca en una manipulación discursiva, ya que el ejercicio de generar un efecto de sentido consiste en hacer-parecer-verdad. Este hacer-parecer se dirige al destinatario, ya que es necesaria su adhesión para sancionar el contrato de veridicción, para pactar la verdad del discurso. El autor, presenta dos tipos de manipulación discursiva, en primer lugar el discurso hermenéutico, que encontramos, por ejemplo, en parábolas bíblicas. Estos textos, amalgaman la verdad y el secreto, la verdad no se presenta de manera directa. Por otra parte, menciona el discurso científico, donde el sujeto de la enunciación es eliminado por “construcciones impersonales” del tipo “se” o “nosotros”, y así conseguir el efecto de verdad, borrando las marcas de la enunciación (1992; 128-129).
Además, Greimas aporta que la estructura del intercambio sirve de base para la comunicación de la verdad, y que la naturaleza del contrato que se establece en dicho intercambio tiene naturaleza fiduciaria, es decir, sujeta a la confianza y crédito que merezca. Por último, señala los dos componentes del contrato de veridicción, por un lado el saber y el creer, y por otro, la verdad y la certidumbre (1992; 130), en referencia a un tema desarrollado en otro trabajo. Aquí podemos agregar que la relación entre esos componentes logran diferentes efectos en los discursos: ser + parecer = verdad; ser + no-parecer = secreto; parecer + no-ser = mentira; no-parecer + no-ser = falsedad.

En su trabajo, Peirce encara operaciones del pensamiento. Aporta que el razonar es “averiguar algo que no conocemos a partir de lo que ya conocemos” (1988; 178), y que el hombre por naturaleza razona correctamente, pero es algo accidental. El hombre, dice, es un animal lógico, pero no perfecto, y razonar es la cualidad más útil que puede poseer. La capacidad del hombre de extraer inferencias es algo que hay que alcanzar, “un arte prolongado y difícil” (1988; 175). Sin embargo, la validez de las inferencias, sugiere Peirce, se corroboran a través de hechos, no de pensamientos. Asimismo, menciona que el pensamiento es un hábito en la mente del hombre, y este hábito es el que genera creencia, un estado mental de satisfacción y tranquilidad que nos hace actuar de determinada manera en cierta ocasión (1988; 182). La creencia, para Peirce, es la que guía nuestros deseos. Creer es un indicativo de que se ha establecido un hábito que determinará nuestras acciones. Sin embargo, la duda no tiene tal efecto en el hombre, es un estado de irritación, insatisfacción e inquietud del que luchamos por liberarnos. Se produce porque la realidad impone una situación nueva sobre determinadas creencias previas, y desafía los hábitos acumulados en nuestra experiencia. La distinción entre duda y creencia, tiene efectos positivos en nosotros. Esta lucha por alcanzar un estado de creencia genera indagación, cuyo objeto es establecer una opinión verdadera. Además, el autor aduce que al alcanzar una creencia firme nos sentimos satisfechos, independientemente de si es verdadera o falsa. Por ello, se puede afirmar que buscamos una creencia que pensamos que es verdadera (1988; 183), y al cesar la duda, la acción mental sobre el tema llega a su fin.
Peirce desarrolla cuatro métodos de fijar la creencia, métodos por los cuales el hombre encuentra una satisfacción plena al adherir sin vacilar a su creencia. El primero es llamado el método de la tenacidad. Con este método, el hombre se mantiene apartado de todo aquello que pueda hacerlo cambiar de opinión. Sin embargo, el impulso social va contra él, dice Peirce, ya que hay otros hombres que piensan diferente, y sus ideas pueden ser tan buenas como las suyas propias, perdiendo así la confianza en su creencia. El segundo método es el de la autoridad, utilizado por las doctrinas políticas y teológicas cuando no se puede conseguir total afluencia de la comunidad, entonces se genera, desde las instituciones, una masacre general de todos los que piensan diferente. El tercero, es el método a priori, en el cual se establecen opiniones produciendo un impulso a creer y decidiendo cuál es la proposición a creer, propone desarrollar gradualmente las creencias en armonía con las causas naturales. Este método fracasa por una indagación similar al desarrollo del gusto. Por último, el cuarto método que trabaja Peirce es el método de la ciencia, en el cual el hombre encuentra un referente externo y permanente donde el pensamiento no tenga efecto alguno, y así satisfacer nuestras dudas. Pero al mismo tiempo tiene que ser un método que afecte a cada hombre. Allí, los cambios de opinión se generan en acontecimientos que escapan el control humano. En el método de las ciencias existen ciertas ventajas con respecto a los métodos mencionados anteriormente, a saber: no surgen dudas al practicarlo, no genera insatisfacción, tampoco el impulso social nos lleva a ponerlo en duda, todo el mundo utiliza el método científico, sólo deja de usarlo cuando no sabe cómo aplicarlo. El método de la ciencia, comienza con hechos conocidos y observados para proceder a lo desconocido (1988; 186-197).

Al recorrer estos tres autores se pueden ver correspondencias entre uno y otro. En síntesis, podemos resaltar que la creencia nos mueve a la acción, que pueden ser tan frágiles para volverse duda, o ser firmes y mantenernos apegados a lo que nuestro contexto cultural nos enseñó. Asimismo, reconocer que en la actualidad existen multiplicidad de discursos “manipulados” a nuestro alrededor que intentan hacer-parecer-verdad, y otros que dicen algunas verdades y se nos presentan con efectos de ficción (literatura, telenovelas, cine). Además, subrayar que tanto en el contrato de veridicción como en todo diálogo está presente la alteridad, la presencia del otro, ya que todo contrato se establece entre dos sujetos. Por ello, no se cierra el contrato de veridicción sin la adhesión del destinatario, en el discurso, como lugar frágil donde se inscriben los modos de veridicción, la verdad no sería verdad o la ficción no sería ficción. Por último, no olvidemos que las creencias son recogidas, seleccionadas, refinadas, re-transmitidas, por las instituciones, que manipulan los discursos y responden por dichas creencias, para resguardarlas perpetuamente y fijarlas en la comunidad.

BIBLIOGRAFÍA:

- De Certeau, Michael (1992): “Creer: una práctica de la diferencia” en Descartes. Nº 10, Buenos Aires, Anáfora Ed. Págs. 49-63
- Greimas, Algirdas J. (1989): “El contrato de veridicción” en Del Sentido II. Madrid, Gredos, Págs. 119-131.
- Peirce, Charles. S. (1988): “La fijación de la creencia” en El hombre, un signo. Barcelona, Ed. Crítica. Págs. 175-199.

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