martes, 24 de enero de 2012

Lo que no te mata...

Era más fácil cuando caminaba con guardapolvo a la salida del colegio rumbo a la parada de colectivos, rodeada de compañeros que contaban chistes nacidos de las clases del día. Era más fácil cuando me sentaba en la puerta de la casa de mi mamá a ver las estrellas que se asomaban en la noche clara de luna. Era más fácil cuando me trepaba al techo de casa para ver el atardecer lleno de nubes con formas y rayos de sol que pintaban el cielo de naranjas y celestes.
Era más fácil cuando luego de una pelea me refugiaba en mi cuarto a llorar amargamente, y al día siguiente ya todo pasaba y me olvidaba de lo que me hizo llorar.
Era más fácil pensar que podía seguir sola y preocuparme sólo por mi futuro personal y profesional, sin tener que depender de lo que el otro quería hacer cuando no se quiere lo mismo.
Era más fácil, pero ahora crecer duele, como le duelen a los niños los huesos cuando se estiran dentro del cuerpo. En esta etapa se estiran los pensamientos y las expectativas, que chocan con la realidad y van lastimando otras partes, en la mente y el corazón.
Era más fácil cuando las decisiones que tomaba sólo me afectaban a mí, cuando lo que decidía hacer dependía sólo de mi voluntad y podía hacerlo sin pensar dos veces o sin preguntar que le parece al otro. Era más fácil cuando mi mente sola se saciaba a sí misma entre pensamientos sin sentido, analizando trivialidades humanas que terminaban con un hilado de versos en una noche de insomnio. Si recuerdo con nostalgia todavía cuando en una noche escribía de dos a tres poemas porque lo que sentía todavía no salía en forma de palabras con la fidelidad de lo que representaba.
Era fácil también terminar una tarea con la tranquilidad de que alguien luego te diga si lo hiciste bien o mal, y en ese caso uno podía hacer borrón y cuenta nueva, pasar en limpio retocando lo que estaba mal o tomar una tela nueva y empezar el vestido de nuevo, o simplemente descoser y coser una vez más. Siempre rodeada de un adulto cerca que marcaba el sendero por donde caminar, hasta que uno se hace adulto y ahora nos toca a nosotros marcar nuevos caminos para los que vienen. Eso si, nadie te avisa cuando pasas de un rol a otro...

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