martes, 2 de noviembre de 2010

El relato y lo narrativo en la vida y la historia


“Vivimos en un mar de relatos y, como el pez que (según el proverbio) será el último en descubrir el agua, tenemos nuestras propias dificultades para entender en qué consiste nadar entre relatos.”
(Bruner, J.: La educación puerta de la cultura)

El relato se genera en las diferentes esferas de las praxis humanas, y a pesar de ser individual (singular) puede, a su vez, ser representativo del colectivo, de la cultura, del contexto en el que está inserto. Sobre este tema, Marc Auge afirmó que los relatos “tratan del pasado, la historia o los mitos” (1999; 173), y que podemos pensar nuestra vida como un relato, ya que todos somos productores de relatos. Asimismo, este autor aporta que todo relato participa de la imitación y la ficción, y que la vida tiene una dimensión narrativa porque ésta mantiene con el empleo del tiempo la misma relación que el relato. El relato configura, arma, ensambla, modela, mundos posibles, escenarios posibles, personajes. Y, así como toda nuestra vida en sociedad está atravesada por los imaginarios colectivos, el relato no está exento de ellos.
La validez del relato está planteada por el grado de ficcionalidad o realidad, no se trata de someterlo a verdadero o falso porque está articulado con lo real. De todas formas, los relatos son portadores de la memoria, no son inocentes, son políticos, en el sentido más amplio del término. Además, no sólo apuntan al pasado sino también al futuro, hay relatos retrospectivos y proyectivos, estos últimos que tratan de todo lo que va a suceder. Marc Auge, nos dice que algunos relatos son más personales que otros, en referencia a las manifestaciones del “yo” literario en los textos:
“Estos relatos, son siempre, en todo caso, fruto de la memoria y del olvido, de un trabajo de recomposición que traduce la tensión ejercida por la espera del futuro bajo la interpretación del pasado.” (AUGE, 1999)
A través de la historia, los relatos personales, las experiencias individuales, ganaron lugar en  el campo narrativo, y aparecieron las memorias, las autobiografías y las confesiones. Hubo una evolución de la oralidad a la escritura, de los relatos colectivos a las obras individuales con autor, nombre propio, con derechos de autor y de propiedad intelectual. En este sentido, ya no  hay grandes relatos sino “múltiples” relatos. Gracias a la tecnología, se expanden las versiones de la información que manejamos, y en la vida cotidiana hay variadas versiones de relatos. Hoy podemos ver que no acudimos a la historia universal, hay muchas historias de vida, individuales, particulares. Antes sólo trascendían las historias dignas de ser contadas, de grandes personajes públicos, ahora hay historias individuales de trascendencia global.
Por otra parte y en relación con el espacio, los relatos funcionan como transportes colectivos, organizan lugares. Esto es lo que nos dice De Certeau (2000) sobre los relatos:
“Todo relato es un relato de viaje, una práctica del espacio. Por esta razón, tiene importancia para las prácticas cotidianas… [Los relatos] hacen el viaje, antes o al mismo tiempo que los pies lo ejecutan.”
El relato tiene relación con el “espacio”, el cual siempre supone movilidad, a diferencia del “lugar” que supone la ubicación de algo en algún sitio, indicando estabilidad. En este sentido, existen dos repertorios de relatos que este autor comparte con Benjamin, los relatos de marineros y los relatos de campesinos. El primero supone un viaje, movimiento, aventura; el segundo, lanza sus vectores hacia la historia, hacia la memoria.
En este movimiento opera el relato, trasponiendo fronteras, abriendo nuevos espacios. De Certeau menciona que las narraciones describen lugares, recorridos a seguir. La literatura de viaje, en este caso, compone espacios, confronta y desplaza fronteras, genera encuentros y desencuentros, unión y desunión, conflictos y consensos. Los puentes, cortan el paso o posibilitan la unión. Y el relato establece fronteras y puentes, espacios internos y externos que divididos por límites trazados están en constante contacto:
“Paradoja de la frontera: creados por los contactos, los puntos de diferenciación entre dos cuerpos son también puntos en común. La unión y la desunión son indisociables.” (2000, 139)
En este sentido, el autor agrega que los límites son transportables en el relato gracias a la operación narrativa de deslinde:
“Los deslindes son límites transportables y transportes de límites.” (2000, 141)
Entre los relatos que organizan espacios podemos destacar a toda la literatura de viajes, de exilios, de descripción de ciudades, de calles, de casas. Así también, encontramos en la vida cotidiana viajes que se realizan para vacacionar, por ejemplo, los cuales generan relatos a la hora del regreso, cuando el viajero retoma todos los caminos recorridos con palabras y/o con imágenes (fotografías) para compartirlo con aquellos que no “atravesaron las fronteras”.
Por otra parte, siguiendo el ejemplo anterior, se vislumbra la figura del narrador, esa figura que posee, según Benjamin, la facultad de intercambiar experiencias, y que puede ser, como se mencionó antes, marino mercante o campesino sedentario. Estas son las estirpes narrativas que este autor reconoce como figuras arcaicas, ancestrales, y que con el devenir de los años se fueron extinguiendo como efecto secundario de fuerzas productivas históricas seculares que desplazaron a la narración del ámbito del habla. Para Benjamin, el narrador, en la tradición oral, siempre se sirvió de la experiencia que se transmitía de boca en boca, por ello, este “título” se guardaba para las generaciones con experiencia. El marino, traía noticias de la lejanía, el campesino, del pasado. Ambas estirpes, poseían una orientación hacia lo práctico. Los narradores daban consejos, en forma de moralejas, proverbios, indicaciones prácticas o reglas de vida. La propuesta era continuar una historia en curso, mantener viva la historia a través del tiempo. Para este autor, la comunicabilidad de la experiencia se encuentra en un estado menguante, pasado de moda. Varios sucesos históricos colaboraron con el ocaso del narrador. Quizás el más importante sea el surgimiento de la novela, cuya difusión aumentó gracias a la invención de la imprenta. Es decir, en la Edad Media, la novela se topó con los elementos que le sirvieron para florecer. Las diferencias entre la narración oral y la lecto-escritura de novelas son las que nos permitirán justificar la desaparición del narrador según Benjamin. La novela, en principio, no proviene de la transmisión oral, nace del individuo en su soledad, se escribe en soledad. Al narrar, el novelista está desistido de consejo e imposibilitado de darlo. Al leer una novela, el lector también está a solas, se apropia del material y lo consume. Sin embargo, la narración se escucha en compañía del narrador, al igual que un lector de novela, pero éste está más solo que todo otro lector. Para Benjamin (1991, 127):
“El gran narrador siempre tendrá sus raíces en el pueblo, y sobre todo en sus sectores artesanos.”
El autor valora a la narración como un arte, para él es un arte seguir contando historias cargadas de experiencias de la lejanía o del pasado, porque en la narración quedan las huellas del narrador como las huellas del alfarero quedan en la vasija de barro.
Ahora bien, el relato, como se mencionó al principio, configura personajes, ensambla mundos posibles. Si tenemos en cuenta a las historias de vida contadas por los narradores orales, llenas de experiencias reales, podemos mencionar la otra cara de la moneda, esto es, la ficción.
En un relato de ficción, juzgar acerca de si está bien o no un acontecimiento o actitud del personaje resulta ajeno a nuestro estudio, pero sí nos importa cómo el relato configura una historia, una trama ficcional, a partir de un acontecimiento. Paul Ricoeur (1999) trabajó sobre la configuración del relato, y de él aportamos que:
“…un acontecimiento sólo cumple la función de comienzo, de medio o de fin en virtud de la composición poética.” (219)
En respuesta a Aristóteles, el autor retoma la contribución de la poética del relato a la configuración del yo, el cual aparece en los relatos como derivaciones de la tercera persona (él) cuyo origen primitivo se remonta a los relatos heroicos. Aquí, cabe recordar que los relatos en primera persona fueron ganando lugar a través los años. Para ejemplificar, mencionaremos un relato autobiográfico, remarcando las huellas de la enunciación en el texto:
“El Universo o Realidad y yo nacimos en 1º de junio de 1874 y es sencillo añadir que ambos nacimientos ocurrieron cerca de aquí y en una ciudad de Buenos Aires.” (FERNANDEZ, 1989)
La cita pertenece a las primeras palabras de la autobiografía de Macedonio Fernández. En ella vemos claramente la presencia del “yo” autobiográfico, y el “aquí” posicionando al escritor en su espacio de escritura, marcas deícticas de la enunciación, según Benveniste (2004, 174):
“…aquí y ahora delimitan la instancia espacial y temporal coextensiva y contemporánea de la presente instancia de discurso que contiene yo… la deixis es contemporánea de la instancia de discurso que porta el indicador de persona.”
En adelante, la autobiografía macedoniana caracteriza a su personaje con datos y sucesos comprobables históricamente. Sin embargo, el autor enuncia en su relato lo que él quiere presentar como personaje. Recorta, subraya, detalla, los acontecimientos que desea mostrar, ficcionalizar, en el relato.
En este sentido, observamos que las construcciones narrativas fundan su propia realidad, que puede coincidir o no con la realidad empírica y que, como ya dijimos, no nos compete juzgar sus acontecimientos como buenos o malos. Hay múltiples formas de narrar la historia y la cultura, es decir, existe una heterogeneidad narrativa en las diferentes semiosferas.
Es interesante conocer los nueve universales que Bruner (1997) plantea, en los que las construcciones narrativas dan forma a las realidades que crean. El primer universal tiene que ver con una estructura de tiempo cometido, esto es, los acontecimientos son ordenados en principio, mitad y fin. El segundo, plantea al género como generador de casos particulares, la particularidad genérica, cuya clasificación está dada por el sentido común o por las estructuras narrativas que poseen. El tercer universal dice que las acciones tienen razones, que son intencionales. Nada en el relato está librado al azar, las intenciones se mueven por creencias, deseos, teorías, valores, etc. El cuarto, valora las múltiples interpretaciones de los lectores, esto es, que las construcciones narrativas poseen una composición hermenéutica. El quinto, reconoce la canonicidad implícita, o se narra dentro del canon o se lo transgrede. El sexto, aporta lo que ya venimos trabajando acerca del cuestionamiento de lo que trata la narración, esto es, la ambigüedad de la referencia, si es factual o ficticia. El séptimo, reconoce que toda narración posee una problemática central, ella es el motor de la narración. El octavo universal plantea una negociabilidad inherente en la narración, negociación cultural, es decir, la posibilidad de la existencia de diferentes versiones del mismo acontecimiento o problemática narrada. El noveno y último, es la extensibilidad histórica de la narración, que, a diferencia de las leyes de las ciencias exactas, permite continuar y expandir los argumentos, personajes y el contexto, continuidad cuyos puntos de inflexión hacen que lo nuevo reemplace a lo viejo.
A lo largo de este trabajo fuimos “nadando” por diferentes puntos de vista acerca del relato en la vida del hombre y a lo largo de la historia. La importancia de esta práctica semiótica nos permite entender que existen entrecruzamientos entre la realidad y la ficción, plasmadas en los relatos, y que las historias de vidas están llenas de imaginarios, insertas en un contexto que tiene memoria y olvido. Además, que a través del tiempo fueron mutando las formas de narrar la historia, que no existe sólo una forma sino múltiples maneras de narrar, que la heterogeneidad narrativa aumenta en la vida cotidiana, donde acudimos a infinitas semioferas. Las construcciones narrativas, sean literarias, sean históricas, crean su propia realidad, y están sujetas a cuestionamientos, análisis, interpretaciones diversas, pero en definitiva presentan continuidades, conllevan marcas del pasado, mediatizan la experiencia humana. Los relatos como práctica semiótica nos sumergen en un mar de acontecimientos, de realidades y de ficciones, que (sabemos ahora que están cargados de creencias, valores y posiciones) actúan sobre nosotros haciéndonos recuperar eso que pasó para vivificarlo en el presente.


- BIBLIOGRAFÍA:
- AUGE, M. (1999): “La vida como relato” en La dinámica global/local. Cultura y comunicación: nuevos desafíos. R. Bayardo - M. Lacarriu (comps.) Buenos Aires, La Crujía.
- BENJAMIN, W. (1991): “El narrador" en Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV. Madrid, Taurus.
- BENVENISTE. É. (2004): Problemas de Lingüística general I. México, Siglo XXI editores.
-  BRUNER, J. (1997): “La construcción narrativa de la realidad” en La educación puerta de la cultura. Madrid, Visor.
- DE CERTEAU, M. (2000): La invención de lo cotidiano. México, Universidad Iberoamericana.
-  FERNÁNDEZ, F. (2007): Oficio de narrador: continuidades y (des)tiempos del relato cotidiano. Universidad Nacional de Misiones. Ponencia presentada en el II Congreso Internacional y VII Congreso Nacional de la Asociación Argentina de Semiótica.
- FERNÁNDEZ, M. (1989): “A fotografiarse” en Papeles del recienvenido y continuación de la nada. Obras completas. Tomo IV. Buenos Aires, Corregidor.
-  RICOEUR, P. (1999): “La identidad narrativa” en Historia y narratividad. Barcelona, Paidós.

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