miércoles, 4 de noviembre de 2009

La tragedia griega: Sófocles y Leopoldo Marechal

Introducción

La tragedia como arte se desarrolló en el siglo V a.C. en los teatros de la Grecia Antigua, en fiestas públicas que se hacían en honor a Dionisio. Allí se representaban mitos ó hechos históricos contemporáneos ocurridos a personajes dignos de ser imitados (el hijo de un rey, la hija, o el rey mismo), con variantes que incorporaban los autores trágicos: “Como género literario original que posee sus reglas y sus características propias, la tragedia instaura en el sistema de las fiestas públicas de la ciudad un nuevo tipo de espectáculo; traduce, además, como forma de expresión específica, aspectos hasta entonces poco apreciados de la experiencia humana; marca una etapa en la formación del hombre interior” (Vernant - Naquet: 17), esto es, el hecho de que las historias provoquen una purificación en los espectadores, a través del temor y la conmiseración.
La representación de la tragedia estaba a cargo del coro, “personaje colectivo encarnado por un colegio de ciudadanos”, que era el encargado de “expresar con sus temores, sus esperanzas y sus juicios los sentimientos de los espectadores que componen la comunidad cívica” (Vernant – Naquet: 18), y de un actor que era el protagonista de la tragedia, aquel hombre digno de ser imitado.
Entre los autores trágicos más destacados de aquella época se encuentran Esquilo, Sófocles y Eurípides: “Esquilo fue el primero en llevar el número de actores de uno a dos, redujo las partes del coro y le otorgó al diálogo un papel principal. Sófocles [introdujo] tres actores y la escenografía.” (Aristóteles: 29-30)
El desarrollo de este trabajo está basado en la explicación Aristotélica acerca de dos componentes de la trama: la peripecia y el reconocimiento. A modo de análisis y de ejemplificación de esos componentes trabajé con las obras de Sófocles, Edipo Rey y Antígona, y con la obra de Leopoldo Marechal, Antígona Vélez.


La Poética de Aristóteles

Encontramos aquí una primera definición de tragedia: “La tragedia es, pues, imitación de una acción elevada y completa, que posee una medida; con un lenguaje sazonado con cada una de las especies [de sazonamiento], por separado en las [distintas] partes; actuando y no por medio de una narración; y que, a través de la conmiseración y el temor, produce la purificación de esos afectos” (Pág. 43, 44). Teniendo en cuenta esta definición sabemos que el fin de la poesía trágica es producir temor y conmiseración, producto que traspasa a una simple representación en el teatro griego, ya que la tragedia puede provocar el mismo efecto aún sin ser representada, esto es, a través de su lectura o por escuchar el relato de las acciones.
La tragedia como especie poética, está compuesta por seis elementos en total, de los cuales tres son el objeto de la imitación: la trama, el carácter y el pensamiento; dos son el medio de la imitación: la expresión lingüística y la música; y el último corresponde al modo de la imitación: el espectáculo.
Siguiendo al objeto de la imitación encontramos la trama, que está considerada por Aristóteles como el elemento más importante porque ésta “constituye la imitación de la acción” (46), y sin acción no puede haber tragedia.
El carácter, sin embargo, es accesorio, es decir, que puede haber tragedia sin carácter, aunque no en sentido absoluto. Aristóteles lo define como “lo que nos permite decir que los que actúan poseen determinada cualidad” (46)
El pensamiento es “todo [lo que] los personajes, al hablar, demuestran (...) o formulan una afirmación general” (46)


Peripecia y reconocimiento

Con respecto al primer componente de la trama, la peripecia, se trata de “la transformación de las acciones en sentido contrario” (75), es decir, que los hechos terminan siendo opuestos a las primeras, o verdaderas, intenciones. Estos cambios de fortuna resultan inesperados para el personaje.
El reconocimiento, segundo componente de la trama, es “la transformación de la ignorancia en conocimiento” (77) y si se produce al mismo tiempo que la peripecia éste es más bello y, al mismo tiempo, desde el arte, hace más bella a la tragedia.
Según de qué manera y en qué momento de la trama se produzca el reconocimiento, la tragedia tendrá mayor efecto trágico. Así, si el reconocimiento se produce después de actuar o si estando en conocimiento se actúa, el efecto será mayor (Cf. Pág. 93 a 101). Se puede reconocer un tercer componente de la trama, el acontecimiento patético, que es “una acción que causa destrucción o dolor, como las muertes en escena, los tormentos, las heridas y demás cosas semejantes” (79), pero las muertes en escena no estaban permitidas en las representaciones y éstas eran anunciadas por algún mensajero o por el coro. Hay que destacar también que si no hay acontecimiento patético, ya sea ignorando o conociendo la relación o parentesco, la acción no es trágica, y desde mi punto de vista, discrepando con el autor, el efecto trágico óptimo no culmina con el reconocimiento y la no-acción, sino cuando estando en pleno conocimiento (con una justificación), o en ignorancia, se actúa.
Existen varios tipos de reconocimiento. El primero se da por indicios, que pueden ser connaturales (“la lanza que llevan los hijos de la tierra”-112) o adquiridos, éstos últimos pueden estar en el cuerpo como una cicatriz o separado del cuerpo como un collar o pulsera. La segunda variedad de reconocimiento son los inventados por el poeta, a los que el Aristóteles llama “inartísticos”. Existe otro reconocimiento, el proveniente de recuerdos, que se da cuando el personaje al ver algo (objeto, persona) o escuchar algo (melodía, voz) cae en cuenta de alguna cosa pasada y revela su identidad. El cuarto tipo reconocimiento se da mediante razonamientos, mediante un silogismo, razonamiento válido contrastado con el parasilogismo, que es un razonamiento válido en apariencia pero inválido en realidad.
El úlimo reconocimiento nombrado por Aristóteles es el que deriva de los hechos, considerado para él como el mejor porque son producidos por las acciones precedentes y porque no son inventados por el poeta.


Efecto reflexivo

La tragedia produce un efecto emotivo en los espectadores, a través de la unión de dos elementos que componen la trama: la peripecia y el reconocimiento. El efecto emotivo es la purificación que se produce a través de la conmiseración y el temor. Visto desde el arte, la tragedia más bella es la que resulta de presentar “sólo el paso de la dicha a la desdicha (...) y comprende peripecia y reconocimiento (...) en la que un héroe ‘medio’ comete, obrando en ignorancia un error que tiene consecuencias graves de las que en sentido estricto no es plenamente responsable. La noción de error por ignorancia (...) da cuenta de la falta de coincidencia entre la intención y las consecuencias (peripecia), advertida cuando la ignorancia se supera (reconocimiento)” (nota 312). El hecho de que un héroe medio padezca una desdicha sin merecerla (lo que produce conmiseración) y al mismo tiempo que se trate de alguien que tiene nuestra edad, costumbre, condición, carácter, etc. nos hace temer ante la posibilidad de que nos pase lo mismo. El hecho de que un héroe medio actúe de determinada manera, que cometa incesto, matricidio, parricidio, en fin, que cometa un error, y que lo haga con ignorancia, sin conocimiento, demuestra la intención del héroe, que es haber incurrido en actos involuntariamente, sin maldad, y a estos actos involuntarios no les corresponde crítica o reproche sino comprensión y hasta compasión; un efecto diferente en el espectador como al que se llegaría en el caso de que el héroe actúe sin experimentar arrepentimiento alguno.


Edipo Rey de Sófocles

En esta obra, según Aristóteles, encontramos al mejor reconocimiento, es decir, al que se produce juntamente con la peripecia. La obra comienza cuando Edipo recibe un pedido de los tebanos, quienes estaban sufriendo males nuevamente (primero era por la esfinge) a causa de los responsables del asesinato de Layo (padre de Edipo). El Rey ordena que se encuentre a los responsables, sin conocer que se trataba de él mismo. Hasta ese momento no se produce el reconocimiento en Edipo, pero éste comienza a investigar, convocando a los ancianos y pidiendo la colaboración del pueblo, que cualquiera que sepa quienes fueron los asesinos se lo informe inmediatamente a él. Sin saber que se estaba condenando, se incluyó en el castigo que habrían de recibir los que escondan la verdad acerca del hecho.
La peripecia de Edipo, dentro de la obra, comienza por un mensajero proveniente de Corinto, quien trae la noticia de la muerte de Póbilo. Este mensajero fue el mismo que recogió a Edipo del monte Citerón, por esta razón sabía también que Póbilo y Mérope no fueron quienes engendraron al Rey. Así, al querer calmar el temor que tenía Edipo de cometer incesto con la viuda Mérope, el mensajero le confiesa que aquellos no eran sus padres, lo que provoca en el Rey un cambio de fortuna; descubre su identidad, lo que antes sospechaba queda confirmado, se produce el reconocimiento, específicamente en la clasificación aristotélica de los que derivan de las acciones precedentes, los que no son inventados por el poeta: Edipo reconoce el parentesco que lo unía a Layo y Yocasta a través de todos los datos que recaudó mediante los aportes del adivino Tiresias, el viejo sirviente de Layo y una nueva revelación del Apolo que recibió a través de Creonte. De esta manera descubre que sucedió lo que el oráculo le dijo primeramente, que mataría a su padre y se acostaría con su madre, y a pesar de sus verdaderas intenciones (de querer que aquel vaticinio no se cumpla) los hechos terminan siendo contrarios a éstas, pasando así de la dicha a la desdicha, situación completamente inesperada para el héroe que liberó a Tebas de la esfinge, quien se ganó el cariño de su pueblo.
Según los aspectos que Aristóteles reconoce como importantes para la eficacia trágica, encontramos en el caso de Edipo al héroe que actúa con ignorancia, el que descubre su error luego de cometerlo. Esto incluye tanto al parricidio como al incesto. En cuanto a lo que nos deja esta suma de peripecia más reconocimiento, haciendo referencia al efecto emotivo, la historia provoca en el espectador una reflexión acerca de lo que nos trae el destino, que por querer evitar lo que éste nos depara, no hacemos más que lograr que pase. Tal vez en nuestros días tengamos, de alguna manera, menos posibilidades de que nos suceda lo que le sucedió a Edipo, pero esta reflexión sobre el destino puede ayudarnos a aceptar las cosas como son y a no querer engañar a las Moiras, a lo que tiene que pasar.


Antígona de Sófocles

Antígona es conocida por su fortaleza, por su lucha incansable por el cumplimiento de las leyes divinas por sobre las leyes establecidas por los hombres. Es un caso especial, a pesar de no ser el modelo perfecto para Aristóteles en cuanto al efecto trágico, por no coincidir la peripecia y el reconocimiento como en Edipo Rey, dejó como resultado un gran ejemplo que se convirtió en el umbral para que varios autores escribieran acerca de las virtudes que pregonó. La obra comienza cuando convoca a su hermana Ismene para cumplir con las honras fúnebres del hermano de ambas, Polinices. La respuesta que recibe de su hermana demuestra la diferencia entre una y otra, Ismene no tiene la misma fortaleza que posee Antígona, sino más bien aparece con la imagen de una mujer sumisa, con temor al castigo del Rey Creonte, que en este caso se trataba de dar muerte a quien sepultara con honras a Polinices. A pesar de que Ismene se rehusó a colaborar con la heroína, ésta decide sepultar a su hermano, y lo hace. Este hecho no quita que Antígona haya tenido temor en algún momento, pero si pasó o no, estaba dispuesta a pagar aquel castigo.
En esta obra, la peripecia, como cambio de fortuna, como paso de la dicha a la desdicha, ocurre cuando Creonte ordena que no entierren a Polinices; es el primer golpe de amargura que se descubre en la obra, primera acción que sí resulta inesperada para Antígona, a pesar de que cuando comienza ella ya lo sabe. La segunda desdicha ocurre cuando Creonte se entera de que ella enterró a su hermano, y por esta razón el Rey decide encerrarla en una tumba hasta que muera. Esta decisión no resulta inesperada para Antígona porque ella sabía de antemano lo que le iba a ocurrir, pero no le quita la amargura de saber lo que pasaría.
El reconocimiento se da completamente antes de la acción, ella conoce todos sus orígenes, no necesita recordar nada, no se dan indicios de acciones precedentes que la hagan cambiar de un estado de ignorancia a un estado de conocimiento, ella sabe quienes fueron sus padres y que no cometió ningún asesinato. Así también sabe que no debe enterrar a su hermano porque el Rey ordenó matar a quien lo hiciera, pero no puede tomar la misma actitud que su hermana y no actuar porque Antígona es la mayor de ambas, y ya no puede tener más hermanos por el simple hecho de no tener a su padre y a su madre, y queda en ella la responsabilidad de enterrarlo, como lo hubiesen hecho sus padres si hubiesen estado en ese momento. Reconoce también que por su marido o por sus hijos no hubiera hecho lo mismo que hizo por su hermano, porque puede tener otros. En este sentido, Antígona no se arrepiente de haber enterrado a Polinices y tener que morir por eso, pero sí lamenta tener que morir sin haber vivido todo lo que el destino tenía dispuesto para ella, sin formar una familia y sin tener hijos. Por eso la acción de ella queda justificada; desde una visión moral, ética y sobre todo religiosa, refiriéndome con esto a las costumbres y ritos respetados por las creencias enraizadas en el seno de la sociedad griega, cuestiones de religiosidad que son comprendidas y asentadas incluso por las sociedades contemporáneas.
Un reconocimiento válido en la historia de Antígona, según la definición aristotélica del paso de la ignorancia al conocimiento, se encuentra, no en ella, sino en su tío, Creonte. Este Rey estaba en ignorancia cuando ordenó que no lo enterraran a Polinices, es decir, ignoraba la voluntad de los dioses, obstinándose con el bienestar de su pueblo y con los mandatos establecidos por él, sin darse cuenta de que no estaba agradando a las divinidades. El reconocimiento se produce después de actuar, gracias al adivino Tiresias y al coro de ancianos que convencen a Creonte, que lo hacen recapacitar, esto es, que se decida a sacar a Antígona de la tumba y que permita el entierro de Polinices. La reconversión del Rey llega tarde, ya que cuando se acercó a la tumba para liberar a la heroína, ésta ya se había suicidado, y con ella lo hizo también su prometido, Hemón, hijo de Creonte, quien enfrentándose a éste se dio muerte clavándose una espada.
Luego se suicidó también la esposa de Creonte, Eurípides, al enterarse de tanta desgracia y no soportar la realidad y lo que el destino tenía deparado para ellos.


Antígona de Leopoldo Marechal

Esta obra es una adaptación del mito tradicional de Sófocles, ahora situado en la pampa argentina en el Siglo XIX, época de incansable lucha entre indios y blancos por la colonización. Antígona Vélez mantiene la fortaleza que caracterizó al mito de Antígona. Al igual que aquella, está en pleno conocimiento de lo que hace y se siente aliviada por cumplir con lo las leyes divinas. La obra se presenta con el diálogo entre unas mujeres que comentan la muerte de los hermanos de Antígona, Ignacio y Martín Vélez. El primero, como aquel Polinices enemigo de Tebas (según Creonte), y el segundo, como el Etéocles, enamorado del poder.
Antígona Vélez siente la misma desdicha que la Antígona de Sófocles; pretende cumplir con las leyes que nadie escribió pero que sin embargo pesan tanto, y más, que las escritas; se enfrenta a Facundo Galván, el Creonte socrático, para decirle: “Dios ha mandado a enterrar a los muertos”.
Las escenas ocurren en la estancia “La Postrera” donde el que manda es Don Facundo, quien, al enterarse de lo que hizo Antígona, la manda al sur (donde están los indios) en un caballo, previo diálogo amoroso entre la condenada y Lisandro, hijo de Don Facundo, quien toma otro caballo y se va con ella.
A diferencia de la obra de Sófocles no se encuentra el personaje de Eurídice, la esposa de Creonte, es decir, que Don Facundo aparece como un hombre solo. Por otro lado la heroína demuestra mayor interés por su enamorado, y el final se asemeja más a Romeo y Julieta de Shakespeare que al arrepentido y desdichado Creonte que Sófocles deja al final de su obra, pero se ve la lucha política en las palabras finales de Don Facundo, que la sangre derramada por Antígona y por Lisandro, de manos de los indios, darán frutos en esa pampa, encerrando en estos dos personajes a todos los que murieron en aquellas guerras colonizadoras del Siglo XIX.

A modo de conclusión

La tragedia griega como estructura y forma poética para ser analizada es incumbencia de expertos e intelectuales. La tragedia griega como hechos que causan temor y conmiseración, que provocan una purificación, que dejan ejemplos marcados y únicos, fueron incumbencia de la polis griega y nos llegan hoy con la misma intensidad que llegaban a los teatros áticos. Más allá de toda la estructura que quiera darle Aristóteles, la tragedia tiene un sentido único, que no lo tienen otros géneros literarios. La sensación que provoca leer, escuchar o ver representada una tragedia, lo que se puede aprender de cada historia, lo que cada autor trágico aporta, la sensación de bienestar que provoca saber que puede haber cosas peores, de reconocer que nuestros problemas dejan de ser problemas si los enfrentamos al dolor de Edipo o al conflicto de Antígona. Entre otras cosas también nos dejan palabras sabias adoptadas por el coro: “No hay hombre que pueda eludir lo que el destino le ha fijado” dice el Corifeo en Antígona de Sófocles, y más adelante agrega “con mucho, la prudencia es la base de la felicidad”. Los mismos personajes aportan expresiones como: “todo lo que se hace en su momento está bien hecho” (Creonte en Edipo Rey); y por último Antígona Vélez de Marechal dice “alguna vez he pensado que llorar es como regar; y donde se llora algo debe florecer”. Quizás por eso los ciudadanos griegos permanecían sentados en el teatro, a pesar de que las historias causaban temor, dolor, compasión e incluso llantos, porque sabían que esas lágrimas y la intriga que los dejaba inamovibles, produciría luego sus frutos, tales que nos llegaron hoy a nosotros para que aprendamos también a aceptar lo que el destino nos tiene preparado, y a no pretender cambiar lo que es.

Edipo y Antígona:
No lloren por haber tenido un destino trágico. Ustedes no murieron antes de lo que el destino les había fijado, sino que vivir de esa manera, era su destino.


Bibliografía

- Aristóteles: Poética. Ediciones Colihue. Buenos Aires. 2004.
- Jean-Pierre Vernant, Pierre Vidal-Naquet: Mito y tragedia en la Grecia antigua. Vol. I. Ed. Paidós. Buenos Aires. 2005.
- Lesky, A. (2001): La tragedia Griega. Barcelona. Quaderns Crema. El acantilado.
- Marechal, Leopoldo: Antígona Vélez. Ediciones Colihue. Buenos Aires. 2004.
- Nietzsche, Friedrich W.: El origen de la tragedia. Editorial Porrúa. Resistencia. 2002.
- Sófocles: Edipo Rey - Antígona. Centro Editor de Cultura, Buenos Aires. 2005.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

GrACIAS. FUE DE MUCHA AYUDA